domingo, 9 de octubre de 2011

Medialunas tangueras

Lia Schenck

Soy un hombre sensible y romántico pero no me gusta el tango. Hace cuestión de dos meses me enamoré de una mujer que en un bar tomaba café con leche y comía medialunas mientras escuchaba con atención el tango “Nostalgia”. Yo estaba en el mismo bar tomando un té mixto y me impresionó mucho el compás y el ritmo que ella le imprimía a las medialunas. Me pareció que vivía el tango de una manera vital y visceral. Siempre he sido muy tímido con las mujeres pero esa vez no pude contenerme y me acerqué. Ella tenía una especie de ojos verdes que me asombraron y todo hubiera sido maravilloso si no hubiera empezado a hablar de Gardel y Lepera, de Edmundo Rivero y Fiorentino como si fueran parte de su vida. Yo no supe qué decir cuando me preguntó qué pensaba de la “Última curda” en la versión Goyeneche. Me hacía preguntas que nunca me imaginé que alguien pudiera hacerme. Me sentí tan tangueramente ignorante que me retiré a mi mesa con la cabeza baja, como si el mundo se me viniera abajo y desde mi triste soledad viera caer mis propias rosas muertas. Toda esa triste historia me hace pensar que yo no entiendo ni entenderé nunca a las mujeres. En los últimos años he aprendido mucho, sobre todo en lo referente a la no discriminación, pero la mayoría de las mujeres me sigue pareciendo difícil de entender. Con cierto dolor me di cuenta que eso de abordar a una mujer que toma café con leche comiendo medialunas y escuchando tango fue un rasgo de machismo imperdonable. Hay momentos de intimidad inusuales en los tiempos que corren y sin duda ella había logrado una síntesis perfecta entre sus necesidades vitales y espirituales, entre sus ganas de comer y sus ganas de llorar, entre el presente y el pasado, entre la resignación y la esperanza y, sobre todo y ante todo, entre las medialunas y el tango. No obstante haber alterado un micro sistema espiritual y arrabalero, estoy seguro que ella se sintió interesada por mí. De otra manera hubiera seguido masticando como si yo no existiera. Igual pienso que todo hubiera sido distinto si simplemente yo la hubiera mirado desde lejos hasta que ella, por ejemplo, me dirigiera una mirada mientras retiraba algunas miguitas de medialuna de la mesa. Al no haber mediado una señal por parte de ella, yo tendría que haber seguido tomando mi té mixto como si no pasara nada. Es mejor perder a una mujer por no acercarse que perderla por haberse acercado, eso sin duda. En el futuro voy a tratar de entender a las mujeres pero de a una .Voy a tratar de entenderlas inclusive desde lejos y sin intercambiar palabras. Y no es que yo piense que entendiendo a una voy a entender a todas, ni mucho menos. Tampoco se entienda que cuando digo entender es entenderlas. Es más bien algo así como adivinar qué es lo que tengo que hacer y lo que tengo que decir. A esta altura me conformo con saber qué hacer la próxima vez que encuentre una mujer que me gusta comiendo medialunas en un bar.

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